Ya han pasado casi dos décadas desde que el término “posverdad” apareciera en algunos medios. Este concepto se refiere a la manipulación de la verdad mediante el manejo de las emociones, principalmente haciendo uso de herramientas de comunicación social.
En esencia, la posverdad consiste en mentir; mentir utilizando ejemplos o datos falsos con el objeto de movilizar a un colectivo social hacia los intereses del que miente.
No es necesario ser un experto en ética o filosofía política para darse cuenta de que este pensamiento es al menos tan reprobable como el de Maquiavelo, capaz de justificar cualquier cosa en la medida que le sea útil al fin que la autoridad persigue.
Por cierto, la sola idea de la manipular mediante el uso de información falsa es siempre cuestionable. Sin embargo, hoy parte importante de la élite política ha convertido esta manera de actuar en su estándar de comportamiento.
En efecto, “manejar la opinión pública” ha ido imponiéndose como una manera efectiva de conseguir votos y su uso en una clara ventaja competitiva.
Un lamentable ejemplo ha sido la descarada maniobra de utilización política de la confesión de Paul Romer, economista jefe del Banco Mundial, acerca del índice de competitividad “Doing Business”. Romer reconoció que la nueva metodología de cálculo afectó negativamente la posición de Chile en su ranking de competitividad y que esto pudo perjudicar la imagen de performance del Gobierno de la presidenta Bachellet, lo que es cierto y lamentable. Sin embargo, de ahí a proponer que el triunfo de Piñera y la debacle del oficialismo se deba a esta causa es simplemente un abuso de esta información y un claro ejemplo de cómo la posverdad ha sido algo característico de este Gobierno saliente.
Para mala suerte del todavía oficialismo, la destemplada reacción de su aparato comunicacional solo logró que Romer se desdijera de sus declaraciones y puntualizara lo que era la verdad; y es que esta nueva metodología afectaba a muchos otros países y que para peor los mismos miembros del equipo económico chileno estaban conscientes del cambio metodológico. Como dice el dicho, más rápido se pilla a un mentiroso que a un ladrón.
Ahora bien, para ser justos, la posverdad no es un problema solo de la izquierda, es algo instalado en muchas prácticas de gobierno y liderazgo, sin distinción de color político. La manipulación de las emociones resulta tan efectiva en el corto plazo que es difícil no sucumbir a la tentación de mentir, aunque sea descaradamente. Sin embargo, se trata de un cáncer que poco a poco se va comiendo el tejido bueno de los que lo portan, dejando al final solo los huesos de aquellos que han querido aparecer como líderes.
En este tiempo de cambio de Gobierno, donde muchas caras nuevas van a comunicar y movilizar personas, aunque sea heroico hacerlo, deben superar la posverdad y creer que solo la verdad, aunque a veces no tan atractiva, es la base de un liderazgo efectivo y la única que puede traer frutos verdaderos de paz y crecimiento sostenible.