Siempre la reputación ha sido algo valioso, aunque hace un largo rato esta característica estaba, sino dormida, al menos sub-valorada. Cosa evidente para nuestra generación marcada por el exitismo y el gran desarrollo económico y material. Conceptos como la “honra personal”, el valor de la palabra, no hacer trampa en los negocios, eran fácilmente asimilados como “de otra época” y poco aplicables a un mundo ultra competitivo dividido básicamente (usando el lenguaje de los jóvenes) entre ser “winner” o “looser”.
Sin embargo, con la interminable aparición de escándalos, principalmente de las elites sociales, la necesidad de cuidar la reputación personal y corporativa ha vuelto a ser tema de preocupación en todos los ámbitos de la vida social.
Como profesor de una escuela de negocios no deja de sorprenderme positivamente que, cada vez con mayor interés, los contenidos de ética empresarial y reputación corporativa, vuelven a ser altamente valorados por los alumnos y atendidos con gran interés y participación.
Y es que, como señalaba Drucker, es imposible imaginarse cualquier tipo de liderazgo si este no conlleva una buena reputación, basada en una indiscutible integridad de carácter. Si antes un buen ejecutivo se definía primariamente por una serie de indicadores cuantitativos (ventas, márgenes, resultados económicos) hoy en día esos logros han de ser considerados insuficientes si ellos no están asentados en otra serie de valores cualitativos.
Sin ir más lejos, estas semanas hemos sido testigos cómo el denominador común en el funeral del Presidente Aylwin fue el transversal y público reconocimiento a sus virtudes humanas y su integridad de carácter.
Ahora bien, como el mundo no cambia de la noche a la mañana, sería ingenuo no reconocer que el ambiente social sigue siendo en muchas materias igual de competitivo y materialista, por lo que lograr una buena reputación personal o corporativa no es fácil e incluso puede llegar a ser heroico.
La reputación es fruto de una vida virtuosa y eso conlleva una opción personal que se desarrolla en la soledad de las decisiones individuales y muchas veces con una alta incomprensión del entorno. Pensemos, por ejemplo, en lo que a muchos les cuesta el simple hecho de cumplir la palabra empeñada, si esto los perjudica.
Por ello, atendiendo al mundo de la empresa y los negocios, debieran ser las mismas instituciones que forman profesionales aquellas que redefinan lo que es un buen management o una buena gestión empresarial. Entre otras cosas, demostrar (ejemplos hay muchos) que es insuficiente agotar la buena gestión al simple cumplimiento de ciertas leyes civiles o normas externas y lograr de paso los objetivos económicos de la empresa si nos olvidamos del impacto de nuestras decisiones en terceros.
Finalmente, de todo lo malo que está pasando en Chile, veo con mucho optimismo como nuevamente empresas y personas van comprendiendo como cuidar una buena reputación personal y corporativa está siendo parte de la esencia misma de lo que se entiende por hacer “un buen negocio”.